POR QUÉ SOMOS LO QUE SOMOS
Pablo Alberto Chalela Mantilla, M.D.
MÉDICO PSIQUIATRA
¿Quiénes somos?, ¿por qué somos lo que somos?, ¿cuál es el significado de nuestras vidas?; son preguntas que nos hacemos con frecuencia cuando intentamos explicarnos un principio que rige el sentido del camino, que vamos recorriendo en el transcurrir de nuestras biografías.
No es fácil proporcionar soluciones a estos, a veces, temidos y laberínticos interrogantes; acudimos a diferentes escuelas, teorías, doctrinas y tratamos también, en meternos dentro de filosofías profundas ambicionando lograr explicaciones que puedan satisfacer o no la curiosidad sobre el perenne interrogante existencial. A su vez, acudimos a los temas científicos, a los místicos y a muchas otras lecturas con múltiples doctrinas que nos ubiquen en el marco de la conciencia, para contactarnos con una realidad que pretendería explicarnos el conocimiento del devenir humano. El ánimo decaído, es uno de los mayores estimulantes en la preocupación de estos argumentos. Sentimos que, cuando nos enfrascamos en ellos, seguramente hay algo que no está andando muy bien. Si nos estamos preocupando por esto, tal vez, es una señal que podría indicarnos que existe una manifestación de fallas en el funcionamiento de nuestras ejecuciones y en el resultado de nuestras acciones. Una adecuada adaptación a los momentos de la vida hace que nosotros no nos percatemos frente a las reflexiones señaladas, en el inicio de este considerando. Si cualquier elemento de nuestro atuendo se ajusta correctamente al cuerpo, no advertimos la presencia de cada uno de ellos; lo mismo puede ocurrir, si no nos estamos cuestionando, continuamente, el por que somos lo que somos; probablemente todo marcha bien.
Sin embargo, acercándonos un poco a visualizar el panorama, que en esta oportunidad recogemos para meditar sobre el concepto de lo que somos aspiramos a aportar ciertas interpretaciones que consideramos, podrían ser valiosas dentro de la multitud de proposiciones que cabrían en este conjunto de conclusiones. Por ahora, nuestra intención no es de proponer lógicas metafísicas ni de excavar regiones científicas del complejo universo en el pensamiento hominal.
No es suficiente expresar, que necesariamente somos el resultado de una imperiosa fisiología sincronizada, de nuestro sistema nervioso central y periférico; el reflejo de un ajustado funcionamiento de los diferentes ejes neuroendocrinológicos, de una adecuada capacidad y sensibilidad en el engranaje de los neurotransmisores y receptores catecolaminérgicos; de nuestros intricados y balanceados procedimientos hormonales, asociados a los diversos péptidos que conforman el acontecer intrínseco metódico diario de
nuestra biología molecular y de un metabolismo influenciado imprescindiblemente con el inevitable paso de los segundos, en los constantes cambios que provienen de un entorno en permanente movimiento que con especulativa certeza son guiados y sometidos, de alguna manera, a nuestro horómetro genético.
Tampoco somos, el resultado de un proceso de identificación, generado por la incesante promoción de señas personales que hacemos en forma rutinaria, cuando en la hosquedad cotidiana de nuestra tarea diaria, atribuimos propiedades e impregnamos de corrientes etiquetas y emblemas a nuestros semejantes, estigmatizándolos y quizás, también a nosotros mismos a través de las ideas, de los pensamientos o de los logros y padecimientos que tenemos y que hacemos impresionar en los demás. Así es que sucede cuando nos referimos a nuestro paciente enfermo y entonces vamos a tratar al de la neumonía, al del acné, al esquizofrénico, al diabético o a la eclampsia gravídica, por mencionar algunas mínimas entidades nosológicas, ignorando a ese ser humano que hay detrás de todo esto; sucede, igualmente al ligar a las personas con sus actividades o asumiendo que lo que hacen son lo que son; generalmente anulamos la personalidad y recurrimos a describirlos o describirnos por sus o nuestros trabajos. Es fácil referirnos al vigilante, al comerciante, al arquitecto, al médico, etc. o contestar que somos un abogado, un psicólogo, un soldador, un obrero o designándonos con cualquier empleo o profesión que desempeñemos, olvidándonos completamente de nuestra verdadera personalidad interna. Entonces, en estos perpetuos contextos que hemos integrado a nuestra vida desde hace mucho tiempo, es complicado asignar una respuesta inequívoca a estos cuestionamientos; ¿somos lo que hacemos? o ¿hacemos lo que somos?; o en últimas ¿quiénes somos verdaderamente?
Propondríamos revisar el tema con el propósito de entendernos como personas que somos, con nuestro fiel y entrelazado universo particular, respetables ante nosotros mismos y ante los demás; somos seres únicos e individualmente sujetos a lo que pensamos de nosotros mismos sin la impaciencia de imponernos propiedades que busquen el ajustar y el mejoramiento de nuestra autoimagen con el fin de ser aceptados por los demás; no es el de forzar cambios en los otros para obtener una satisfactoria reacción y aprobación de nuestro rol en esta vida y así adaptarnos "más sanamente", frente a la buena y generosa voluntad de nuestros hermanos y vecinos. Pero tampoco es apremiar, inexcusablemente, cambios en nosotros mismos, como de pronto nos lo han mostrado y enseñado durante casi toda la vida, para lograr una apropiada acomodación para la aquiescencia de los otros.
Consideramos como el eje fundamental de nuestro distintivo personal, aquel del que proviene de la aceptación. La aceptación a nosotros mismos. Es aceptar lo que somos, libres de imposiciones y de resistencias. Aprender a aceptarnos a nosotros mismos, es ver nuestra vida con serena indulgencia, transformando las tensiones en la sobrada confianza de nuestro espíritu interior. La aceptación se nutre del amor a lo que somos y a lo que hacemos; es experimentar con toda luminosidad y reconocer con fidelidad nuestra laboriosidad; nadie tiene que hacerlo por nosotros; solamente nosotros podemos ejercer ese don natural. Aceptación no es resignación. La aceptación es dinámica y funcional; la resignación es abandono. La aceptación viene de adentro, no de afuera; para la aceptación no hay que buscar fórmulas, reglas, normas o manuales con instrucciones y además, como valor agregado, está exenta de ordenamientos; aceptar es como es, en sí misma; porque las cosas son como deben ser. Es ver la naturaleza con su maleabilidad solemne y su marcha inmortal.
Alguna vez, un profesor nos enseñaba, en clases de cirugía, "que cuando un órgano deja de funcionar o se pierde, se fortalecerán los otros; siempre habrá un equilibrio"; nosotros somos parte de esa estabilidad armoniosa que la naturaleza nos ha colmado. Es por esto que no deberíamos justificar tanta resistencia, a lo que somos o a lo que no somos. Lloramos nuestras pérdidas y defectos y olvidamos lo que aún conservamos y tenemos. No hay necesidad de invertir tanto gasto energético en cambiarnos a nosotros mismos; con la aceptación, los cambios simplemente se suceden. Es prácticamente una ley de vida. Citando unas hermosas frases del Padre Carlos G. Vallés, SJ., en su delicioso y esclarecido libro "Ligero de equipaje" y que siento, es concerniente a propósito del esquema que estamos exponiendo, "la gran paradoja del cambio es que sólo conseguimos alcanzarlo cuando nos olvidamos de él". Todo esto se encuentra instalado en nuestro interior; allí está; nadie nos lo ha quitado porque nacemos con él. Nos podemos pasar toda la vida averiguando, constantemente ¿quiénes somos?, o ¿qué somos?; ciertamente desconocemos si tendremos las respuestas apropiadas que nos aclaren estas interpelaciones. Buscamos costosas terapias, innumerables ayudas, compramos cosas u objetos pretendiendo satisfacer las incomodidades que estos planteamientos se nos hacen con una inusitada perseverancia implícita; quizás obtengamos respuestas; quizás más dudas o vacíos; de pronto alimentemos nuestras ansiedades y depresiones; tal vez nos engañemos.
El vivir día a día, con la compatible firmeza de la aplicación, que las experiencias nos enseñan y nos brindan, en el circuito constante de nuestros movimientos trascendentes, por este mundo, harán que sea más factible aislar estas preocupaciones, ofreciéndoles abundantes fuerzas a concentrarnos en lo que somos nosotros mismos y aceptándonos, tal como somos sin máscaras, ni aplazamientos y ni tampoco con disculpas algunas. Es vivir el momento como debe ser; sin concesiones y sin tantas protestas. Seguramente, de esta manera obtendremos más calidad a nuestras vidas con una insuperable protección a los diferentes sistemas que integran la economía orgánica humana y con una cadenciosa música en nuestras áreas emocionales que permitirán tener una subsistencia tranquila con la liberación de muchos complejos que no nos dejan ningún beneficio.
Preparémonos para disfrutar con sosiego y placidez el respeto por lo que somos y el servicio digno hacia los demás; esa será nuestra gratificación y recompensa. Todo por el sencillo hecho de aceptarnos lo que verdaderamente somos.
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Pablo Alberto Chalela Mantilla, M.D.
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