Las cosas simples
Voy al supermercado y veo la fruta, la miro y recuerdo las conversaciones con amigos en esa noches distendidas Santiaguinas que hablan sobre la transformación hormonal, la fruta transgenica los tomates clonados, las sandias y melones sin pepas, los huevos cuadrados, además de los pollos con gripe y con raras hormonas además de la carne loca y otras excentricidades comestibles resultado de la necesidad de generar alimentos para abastecer a tal cantidad de habitantes que habemos en el planeta. Llega a dar susto comprarlos, no sabes si te vas a comer un repollo y te va a crecer mas el dedo chico o una oreja o quizás te van a salir pechugas y por ultimo una vejez horrible con alguna enfermedad no conocida producto de haber comido durante 40 años esa hormona que solo se le agregaba acá en chile y países latinos a esos alimentos que comimos con tanto gusto. Porque obviamente en Estados unidos y Europa tal compuesto estuvo erradicado pero nosotros no lo supimos y además estaba tan barata esa hormona que inflaba la fruta la dejaba sanita sin ninguna mancha y la hacia durar el doble incluso sin refrigerar.
En Colina hace un par de años tuve el gusto de conocer a Felo, un agricultor amante de los fierros, así le llaman a los tractores y a las maquinas del agro. Un tipo que ha vivido toda su vida en esta zona, vive ahí mismo con sus hijos y su madre, al lado de la tierra que trabaja. Siembra todo el año aprovechando al máximo su tierra que es alrededor de unas 5 hectáreas. El junto a su gente que son temporeros de la zona trabajan desde la siembra pasando la “rastra” el tractor con una maquina conectada por su parte posterior soltando y revolviendo la tierra de la cosecha anterior, pasando a lo menos dos veces por todo el campo hasta generar los surcos que es donde se siembra. Esta se hace poniendo almacigo por almacigo a mano (la semilla crecida puesta en un pocillo de aislapol). Luego se le sueltan el agua de pozo que viene cristalina y helada, potable por supuesto. Cuidan las plagas y las heladas, cosechando generalmente después de tres meses, Sandias, melones, repollo, coliflor, col de Bruselas.
El otro día llegue a saludarlo y lo veo jugando cartas con uno de sus empleados debajo de un parròn en una mesa típica de campo, con esas banquetas largas y la mesa de tablones de madera. Con unas sandias cortadas sobre la mesa, dejo mi bicicleta y me siento a conversar. El tomo una sandia nuevita y la partió en dos, me la entrego junto con una cuchara sopera y comienza el festín, sin más que decir le entierro el cucharazo en pleno corazón y entre hablar de la vida me termine a duras penas una mitad.
En eso me cuenta que el entrega a mega mercados su cosecha y que así se da la vuelta al año. Que le va bien pero que el trabajo es muy sacrificado, se levanta temprano que a veces se le hecha a perder el tractor, que a veces el tiempo no lo acompaña, que las ha visto verde, que su vida el la tierra, las semillas y el agua que le pone a su tierra que quiere.
Al rato me subo en mi bicicleta me despido de un abrazo y me fui a mi casa con una caja de madera y dos sandias a cuesta.
¿Cuantos de estos pequeños agricultores existirán en Chile abasteciendo mercados, ferias, locales, minimarket para todo Chile?. Ahí, en la bici, me logre dar cuenta de lo afortunados que somos, y lo equivocado que estamos a veces de pensar que todo se produce en una barraca llena de humo y de huinchas transportadoras y de laboratorios de experimentos genéticos.
Comemos lo que comemos gracias a la gente del campo, sin urbe, sin micros, sin humo, sin cemento, sin tiempo ni dinero para pensar en semillas raras, en grandes galpones de producción.
Ellos simplemente trabajan a lado de un horno de barro para el pan de la mañana, y una verdura o fruta de almuerzo, dependiendo de la estación.
0 comentarios :
Publicar un comentario